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Capítulo 1La promesa del Espíritu Santo 1:1 En
el primer tratado, oh Teófilo,
hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, 1:2
hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por
el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido; 1:3 a quienes
también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas
indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del
reino de Dios. 1:4 Y estando juntos, les mandó que
no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre,
la cual, les dijo, oísteis de mí. 1:5 Porque
Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el
Espíritu Santo  
dentro de no muchos días. La ascensión 1:6 Entonces los que se
habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel
en este tiempo? 1:7 Y les dijo: No os toca a
vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad;
1:8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo,
y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último
de la tierra. 
1:9 Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una
nube que le ocultó de sus ojos.
1:10 Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba,
he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, 1:11
los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al
cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá
como le habéis visto ir al cielo. Elección del sucesor de Judas 1:12
Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama del Olivar, el cual
está cerca de Jerusalén, camino de un día de reposo. 1:13 Y entrados,
subieron al aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo, Juan, Andrés, Felipe,
Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano
de Jacobo. 
1:14 Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y
con María la madre de Jesús, y con sus hermanos. 1:15 En aquellos días
Pedro se levantó en medio de los hermanos (y los reunidos eran como ciento
veinte en número), y dijo: 1:16 Varones hermanos, era necesario que se
cumpliese la Escritura en que el Espíritu Santo habló antes por boca de David
acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús, 1:17 y era
contado con nosotros, y tenía parte en este ministerio. 1:18 Este, pues,
con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se
reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron. 1:19 Y fue
notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de tal manera que aquel campo se
llama en su propia lengua, Acéldama, que quiere decir, Campo de sangre.
1:20 Porque está escrito en el libro de los Salmos: Sea hecha desierta
su habitación, Y no haya quien more en ella;
y: Tome otro su oficio.
1:21 Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros
todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, 1:22
comenzando desde el bautismo de Juan 
hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba,
uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección. 1:23 Y señalaron a
dos: a José, llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías.
1:24 Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra
cuál de estos dos has escogido, 1:25 para que tome la parte de este
ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a su
propio lugar. 1:26 Y les echaron suertes, y la suerte cayó sobre Matías; y
fue contado con los once apóstoles. Capítulo 2
La venida del Espíritu Santo
2:1 Cuando llegó el día de Pentecostés,
estaban todos unánimes juntos. 2:2 Y de repente vino del cielo un
estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde
estaban sentados; 2:3 y se les aparecieron lenguas repartidas, como de
fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. 2:4 Y fueron todos llenos del
Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les
daba que hablasen. 2:5 Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones
piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. 2:6 Y hecho este estruendo,
se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su
propia lengua. 2:7 Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no
son galileos todos estos que hablan? 2:8 ¿Cómo, pues, les oímos nosotros
hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? 2:9 Partos,
medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en
el Ponto y en Asia, 2:10 en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones
de Africa más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como
prosélitos, 2:11 cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas
las maravillas de Dios. 2:12 Y estaban todos atónitos y perplejos,
diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? 2:13 Mas otros,
burlándose, decían: Están llenos de mosto. Primer discurso de Pedro
2:14 Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló
diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea
notorio, y oíd mis palabras. 2:15 Porque éstos no están ebrios, como
vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. 2:16 Mas esto es
lo dicho por el profeta Joel: 2:17 Y en los postreros días, dice Dios,
Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, Y vuestros hijos y
vuestras hijas profetizarán; Vuestros jóvenes verán visiones,
Y vuestros ancianos soñarán sueños; 2:18 Y de cierto sobre mis
siervos y sobre mis siervas en aquellos días Derramaré de mi
Espíritu, y profetizarán. 2:19 Y daré prodigios arriba en el
cielo, Y señales abajo en la tierra, Sangre y fuego y
vapor de humo; 2:20 El sol se convertirá en tinieblas,
Y la luna en sangre, Antes que venga el día del Señor,
Grande y manifiesto; 2:21 Y todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo.
2:22 Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por
Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre
vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; 2:23 a éste,
entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios,
prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole;  
2:24 al cual Dios levantó, 
sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido
por ella. 2:25 Porque David dice de él: Veía al Señor siempre
delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido.
2:26 Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, Y
aun mi carne descansará en esperanza; 2:27 Porque no dejarás mi
alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción.
2:28 Me hiciste conocer los caminos de la vida; Me llenarás de
gozo con tu presencia.
2:29 Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que
murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy.
2:30 Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que
de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se
sentase en su trono,
2:31 viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue
dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. 2:32 A este Jesús resucitó
Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. 2:33 Así que, exaltado por
la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo,
ha derramado esto que vosotros veis y oís. 2:34 Porque David no subió a
los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi diestra, 2:35 Hasta que ponga a tus enemigos por
estrado de tus pies.
2:36 Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a
quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. 2:37 Al
oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles:
Varones hermanos, ¿qué haremos? 2:38 Pedro les dijo: Arrepentíos, y
bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los
pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 2:39 Porque para vosotros
es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para
cuantos el Señor nuestro Dios llamare. 2:40 Y con otras muchas palabras
testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación.
2:41 Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron
aquel día como tres mil personas. 2:42 Y perseveraban en la doctrina de
los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las
oraciones. La vida de los primeros cristianos 2:43 Y sobrevino temor a
toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles.
2:44 Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las
cosas;
2:45 y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la
necesidad de cada uno.  
2:46 Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las
casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 2:47 alabando a
Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la
iglesia los que habían de ser salvos. Capítulo 3
Curación de un cojo
3:1 Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración.
3:2 Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la
puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que
entraban en el templo. 3:3 Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a
entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. 3:4 Pedro, con
Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. 3:5 Entonces él les estuvo
atento, esperando recibir de ellos algo. 3:6 Mas Pedro dijo: No tengo
plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret,
levántate y anda. 3:7 Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al
momento se le afirmaron los pies y tobillos; 3:8 y saltando, se puso en
pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a
Dios. 3:9 Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. 3:10 Y le
reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la
Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido.
Discurso de Pedro en el pórtico de Salomón 3:11 Y teniendo asidos a Pedro y
a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos
al pórtico que se llama de Salomón. 3:12 Viendo esto Pedro, respondió al
pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis
los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar
a éste? 3:13 El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros
padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y
negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad.
3:14 Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un
homicida,  
3:15 y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos,
de lo cual nosotros somos testigos. 3:16 Y por la fe en su nombre, a éste,
que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él
ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros. 3:17
Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también
vuestros gobernantes. 3:18 Pero Dios ha cumplido así lo que había antes
anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer.
3:19 Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados;
para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, 3:20 y él
envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; 3:21 a quien de cierto es
necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las
cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde
tiempo antiguo. 3:22 Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro
Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en
todas las cosas que os hable;
3:23 y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo.
3:24 Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también
han anunciado estos días. 3:25 Vosotros sois los hijos de los profetas, y
del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente
serán benditas todas las familias de la tierra.
3:26 A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para
que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad.
Capítulo 4 Pedro y Juan ante el concilio
4:1 Hablando ellos al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de
la guardia del templo, y los saduceos, 4:2 resentidos de que enseñasen al
pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección de entre los muertos. 4:3 Y
les echaron mano, y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque era
ya tarde. 4:4 Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y
el número de los varones era como cinco mil. 4:5 Aconteció al día
siguiente, que se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los
escribas, 4:6 y el sumo sacerdote Anás, y Caifás y Juan y Alejandro, y
todos los que eran de la familia de los sumos sacerdotes; 4:7 y
poniéndoles en medio, les preguntaron: ¿Con qué potestad, o en qué nombre,
habéis hecho vosotros esto? 4:8 Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo,
les dijo: Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel: 4:9 Puesto que hoy
se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera
éste haya sido sanado, 4:10 sea notorio a todos vosotros, y a todo el
pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros
crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está
en vuestra presencia sano. 4:11 Este Jesús es la piedra reprobada por
vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.
4:12 Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo,
dado a los hombres, en que podamos ser salvos. 4:13 Entonces viendo el
denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo,
se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús. 4:14 Y
viendo al hombre que había sido sanado, que estaba en pie con ellos, no podían
decir nada en contra. 4:15 Entonces les ordenaron que saliesen del
concilio; y conferenciaban entre sí, 4:16 diciendo: ¿Qué haremos con estos
hombres? Porque de cierto, señal manifiesta ha sido hecha por ellos, notoria a
todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar. 4:17 Sin embargo,
para que no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen de
aquí en adelante a hombre alguno en este nombre. 4:18 Y llamándolos, les
intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús.
4:19 Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de
Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; 4:20 porque no podemos dejar de
decir lo que hemos visto y oído. 4:21 Ellos entonces les amenazaron y les
soltaron, no hallando ningún modo de castigarles, por causa del pueblo; porque
todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho, 4:22 ya que el hombre
en quien se había hecho este milagro de sanidad, tenía más de cuarenta años.
Los creyentes piden confianza y valor 4:23 Y puestos en libertad, vinieron
a los suyos y contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les
habían dicho. 4:24 Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a
Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la
tierra, el mar y todo lo que en ellos hay;
4:25 que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las
gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? 4:26 Se
reunieron los reyes de la tierra, Y los príncipes se juntaron en
uno Contra el Señor, y contra su Cristo.
4:27 Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús,
a quien ungiste, Herodes
y Poncio Pilato,  
con los gentiles y el pueblo de Israel, 4:28 para hacer cuanto tu mano y
tu consejo habían antes determinado que sucediera. 4:29 Y ahora, Señor,
mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu
palabra, 4:30 mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y
señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús. 4:31 Cuando
hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron
llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios. Todas
las cosas en común 4:32 Y la multitud de los que habían creído era de un
corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino
que tenían todas las cosas en común.
4:33 Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del
Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. 4:34 Así que no
había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o
casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, 4:35 y lo ponían a
los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad.  
4:36 Entonces José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que
traducido es, Hijo de consolación), levita, natural de Chipre, 4:37 como
tenía una heredad, la vendió y trajo el precio y lo puso a los pies de los
apóstoles. Capítulo 5 Ananías y Safira
5:1 Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad,
5:2 y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una
parte, la puso a los pies de los apóstoles. 5:3 Y dijo Pedro: Ananías,
¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y
sustrajeses del precio de la heredad? 5:4 Reteniéndola, ¿no se te quedaba
a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No
has mentido a los hombres, sino a Dios. 5:5 Al oír Ananías estas palabras,
cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron. 5:6 Y
levantándose los jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron. 5:7
Pasado un lapso como de tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo
que había acontecido. 5:8 Entonces Pedro le dijo: Dime, ¿vendisteis en
tanto la heredad? Y ella dijo: Sí, en tanto. 5:9 Y Pedro le dijo: ¿Por qué
convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de
los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti. 5:10 Al instante
ella cayó a los pies de él, y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron
muerta; y la sacaron, y la sepultaron junto a su marido. 5:11 Y vino gran
temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas.
Muchas señales y maravillas 5:12 Y por la mano de los apóstoles se hacían
muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico
de Salomón. 5:13 De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos;
mas el pueblo los alababa grandemente. 5:14 Y los que creían en el Señor
aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres; 5:15 tanto que
sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al
pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos. 5:16 Y aun
de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y
atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados. Pedro y Juan son
perseguidos 5:17 Entonces levantándose el sumo sacerdote y todos los que
estaban con él, esto es, la secta de los saduceos, se llenaron de celos;
5:18 y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública.
5:19 Mas un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la cárcel y
sacándolos, dijo: 5:20 Id, y puestos en pie en el templo, anunciad al
pueblo todas las palabras de esta vida. 5:21 Habiendo oído esto, entraron
de mañana en el templo, y enseñaban. Entre tanto, vinieron el sumo sacerdote y
los que estaban con él, y convocaron al concilio y a todos los ancianos de los
hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que fuesen traídos. 5:22 Pero
cuando llegaron los alguaciles, no los hallaron en la cárcel; entonces volvieron
y dieron aviso, 5:23 diciendo: Por cierto, la cárcel hemos hallado cerrada
con toda seguridad, y los guardas afuera de pie ante las puertas; mas cuando
abrimos, a nadie hallamos dentro. 5:24 Cuando oyeron estas palabras el
sumo sacerdote y el jefe de la guardia del templo y los principales sacerdotes,
dudaban en qué vendría a parar aquello. 5:25 Pero viniendo uno, les dio
esta noticia: He aquí, los varones que pusisteis en la cárcel están en el
templo, y enseñan al pueblo. 5:26 Entonces fue el jefe de la guardia con
los alguaciles, y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el
pueblo. 5:27 Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el
sumo sacerdote les preguntó, 5:28 diciendo: ¿No os mandamos estrictamente
que no enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra
doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre.
5:29 Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios
antes que a los hombres. 5:30 El Dios de nuestros padres levantó a Jesús,
a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. 5:31 A éste, Dios ha
exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel
arrepentimiento y perdón de pecados. 5:32 Y nosotros somos testigos suyos
de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le
obedecen. 5:33 Ellos, oyendo esto, se enfurecían y querían matarlos.
5:34 Entonces levantándose en el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de
la ley, venerado de todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un momento a los
apóstoles, 5:35 y luego dijo: Varones israelitas, mirad por vosotros lo
que vais a hacer respecto a estos hombres. 5:36 Porque antes de estos días
se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A éste se unió un número como de
cuatrocientos hombres; pero él fue muerto, y todos los que le obedecían fueron
dispersados y reducidos a nada. 5:37 Después de éste, se levantó Judas el
galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció
también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados. 5:38 Y ahora
os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta
obra es de los hombres, se desvanecerá; 5:39 mas si es de Dios, no la
podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios. 5:40 Y
convinieron con él; y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les
intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad.
5:41 Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido
tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. 5:42 Y todos
los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a
Jesucristo. Capítulo 6 Elección de siete
diáconos
6:1 En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo
murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos
eran desatendidas en la distribución diaria. 6:2 Entonces los doce
convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros
dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. 6:3 Buscad, pues,
hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del
Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. 6:4
Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra.
6:5 Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno
de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas,
y a Nicolás prosélito de Antioquía; 6:6 a los cuales presentaron ante los
apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos. 6:7 Y crecía la
palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en
Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe. Arresto de
Esteban 6:8 Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios
y señales entre el pueblo. 6:9 Entonces se levantaron unos de la sinagoga
llamada de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de
Asia, disputando con Esteban. 6:10 Pero no podían resistir a la sabiduría
y al Espíritu con que hablaba. 6:11 Entonces sobornaron a unos para que
dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra
Dios. 6:12 Y soliviantaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas; y
arremetiendo, le arrebataron, y le trajeron al concilio. 6:13 Y pusieron
testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas
contra este lugar santo y contra la ley; 6:14 pues le hemos oído decir que
ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar, y cambiará las costumbres que nos dio
Moisés. 6:15 Entonces todos los que estaban sentados en el concilio, al
fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel.
Capítulo 7 Defensa y muerte de Esteban
7:1 El sumo sacerdote dijo entonces: ¿Es esto así? 7:2 Y él dijo: Varones
hermanos y padres, oíd: El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham,
estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, 7:3 y le dijo: Sal de
tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré.
7:4 Entonces salió de la tierra de los caldeos y habitó en Harán;
y de allí, muerto su padre, Dios le trasladó a esta tierra, en la cual vosotros
habitáis ahora.
7:5 Y no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un pie; pero le prometió
que se la daría en posesión, y a su descendencia después de él,   cuando
él aún no tenía hijo. 7:6 Y le dijo Dios así: Que su descendencia sería
extranjera en tierra ajena, y que los reducirían a servidumbre y los
maltratarían, por cuatrocientos años. 7:7 Mas yo juzgaré, dijo Dios, a la
nación de la cual serán siervos; y después de esto saldrán y me servirán en este
lugar.
7:8 Y le dio el pacto de la circuncisión;
y así Abraham engendró a Isaac,
y le circuncidó al octavo día; e Isaac a Jacob,
y Jacob a los doce patriarcas.
7:9 Los patriarcas, movidos por envidia, vendieron a José para Egipto; pero Dios
estaba con él,
7:10 y le libró de todas sus tribulaciones, y le dio gracia y sabiduría delante
de Faraón rey de Egipto, el cual lo puso por gobernador sobre Egipto y sobre
toda su casa. 7:11 Vino entonces hambre en toda la tierra de Egipto y de
Canaán, y grande tribulación; y nuestros padres no hallaban alimentos.
7:12 Cuando oyó Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres la
primera vez.
7:13 Y en la segunda, José se dio a conocer a sus hermanos,
y fue manifestado a Faraón el linaje de José.
7:14 Y enviando José, hizo venir a su padre Jacob,
y a toda su parentela, en número de setenta y cinco personas.
7:15 Así descendió Jacob a Egipto,
donde murió él,
y también nuestros padres; 7:16 los cuales fueron trasladados a Siquem, y
puestos en el sepulcro que a precio de dinero compró Abraham de los hijos de
Hamor en Siquem.  
7:17 Pero cuando se acercaba el tiempo de la promesa, que Dios había jurado a
Abraham, el pueblo creció y se multiplicó en Egipto, 7:18 hasta que se
levantó en Egipto otro rey que no conocía a José.
7:19 Este rey, usando de astucia con nuestro pueblo, maltrató a nuestros padres,
a fin de que expusiesen a la muerte a sus niños, para que no se propagasen.
7:20 En aquel mismo tiempo nació Moisés, y fue agradable a Dios; y fue criado
tres meses en casa de su padre.
7:21 Pero siendo expuesto a la muerte, la hija de Faraón le recogió y le crió
como a hijo suyo.
7:22 Y fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso
en sus palabras y obras. 7:23 Cuando hubo cumplido la edad de cuarenta
años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel.
7:24 Y al ver a uno que era maltratado, lo defendió, e hiriendo al egipcio,
vengó al oprimido. 7:25 Pero él pensaba que sus hermanos comprendían que
Dios les daría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido así.
7:26 Y al día siguiente, se presentó a unos de ellos que reñían, y los ponía en
paz, diciendo: Varones, hermanos sois, ¿por qué os maltratáis el uno al otro?
7:27 Entonces el que maltrataba a su prójimo le rechazó, diciendo: ¿Quién te ha
puesto por gobernante y juez sobre nosotros? 7:28 ¿Quieres tú matarme,
como mataste ayer al egipcio? 7:29 Al oír esta palabra, Moisés huyó, y
vivió como extranjero en tierra de Madián,
donde engendró dos hijos.
7:30 Pasados cuarenta años, un ángel se le apareció en el desierto del monte
Sinaí, en la llama de fuego de una zarza. 7:31 Entonces Moisés, mirando,
se maravilló de la visión; y acercándose para observar, vino a él la voz del
Señor: 7:32 Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac, y el Dios de Jacob. Y Moisés, temblando, no se atrevía a mirar.
7:33 Y le dijo el Señor: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que
estás es tierra santa. 7:34 Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo
que está en Egipto, y he oído su gemido, y he descendido para librarlos. Ahora,
pues, ven, te enviaré a Egipto.
7:35 A este Moisés, a quien habían rechazado, diciendo: ¿Quién te ha puesto por
gobernante y juez?, a éste lo envió Dios como gobernante y libertador por mano
del ángel que se le apareció en la zarza. 7:36 Este los sacó, habiendo
hecho prodigios y señales en tierra de Egipto,
y en el Mar Rojo,
y en el desierto por cuarenta años.
7:37 Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: Profeta os levantará el
Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí;
a él oiréis. 7:38 Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el
desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí,
y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos; 7:39 al
cual nuestros padres no quisieron obedecer, sino que le desecharon, y en sus
corazones se volvieron a Egipto, 7:40 cuando dijeron a Aarón: Haznos
dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, que nos sacó de la
tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido.
7:41 Entonces hicieron un becerro, y ofrecieron sacrificio al ídolo, y en las
obras de sus manos se regocijaron.
7:42 Y Dios se apartó, y los entregó a que rindiesen culto al ejército del
cielo; como está escrito en el libro de los profetas: ¿Acaso me
ofrecisteis víctimas y sacrificios En el desierto por cuarenta
años, casa de Israel? 7:43 Antes bien llevasteis el tabernáculo
de Moloc, Y la estrella de vuestro dios Renfán,
Figuras que os hicisteis para adorarlas. Os transportaré, pues, más
allá de Babilonia.
7:44 Tuvieron nuestros padres el tabernáculo del testimonio en el desierto, como
había ordenado Dios cuando dijo a Moisés que lo hiciese conforme al modelo que
había visto.
7:45 El cual, recibido a su vez por nuestros padres, lo introdujeron con Josué
al tomar posesión de la tierra de los gentiles, a los cuales Dios arrojó de la
presencia de nuestros padres, hasta los días de David. 7:46 Este halló
gracia delante de Dios, y pidió proveer tabernáculo para el Dios de Jacob.
7:47 Mas Salomón le edificó casa;
7:48 si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el
profeta: 7:49 El cielo es mi trono, Y la tierra el
estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor;
¿O cuál es el lugar de mi reposo? 7:50 ¿No hizo mi mano todas
estas cosas?
7:51 ¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís
siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros.
7:52 ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los
que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis
sido entregadores y matadores; 7:53 vosotros que recibisteis la ley por
disposición de ángeles, y no la guardasteis. 7:54 Oyendo estas cosas, se
enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él. 7:55 Pero
Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria
de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, 7:56 y dijo: He aquí,
veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios.
7:57 Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a
una contra él. 7:58 Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los
testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo.
7:59 Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe
mi espíritu. 7:60 Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les
tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió. Capítulo 8
Saulo persigue a la iglesia
8:1 Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución
contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las
tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. 8:2 Y hombres piadosos
llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él. 8:3 Y
Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a
mujeres, y los entregaba en la cárcel.
Predicación del evangelio en Samaria 8:4 Pero los que fueron esparcidos
iban por todas partes anunciando el evangelio. 8:5 Entonces Felipe,
descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. 8:6 Y la
gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y
viendo las señales que hacía. 8:7 Porque de muchos que tenían espíritus
inmundos, salían éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran
sanados; 8:8 así que había gran gozo en aquella ciudad. 8:9 Pero
había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en aquella ciudad, y
había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande.
8:10 A éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande,
diciendo: Este es el gran poder de Dios. 8:11 Y le estaban atentos, porque
con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo. 8:12 Pero cuando
creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de
Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. 8:13 También creyó Simón
mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y
grandes milagros que se hacían, estaba atónito. 8:14 Cuando los apóstoles
que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios,
enviaron allá a Pedro y a Juan; 8:15 los cuales, habiendo venido, oraron
por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; 8:16 porque aún no había
descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en
el nombre de Jesús. 8:17 Entonces les imponían las manos, y recibían el
Espíritu Santo. 8:18 Cuando vio Simón que por la imposición de las manos
de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, 8:19
diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo
impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. 8:20 Entonces Pedro le dijo:
Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con
dinero. 8:21 No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu
corazón no es recto delante de Dios.
8:22 Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea
perdonado el pensamiento de tu corazón; 8:23 porque en hiel de amargura y
en prisión de maldad veo que estás. 8:24 Respondiendo entonces Simón,
dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho
venga sobre mí. 8:25 Y ellos, habiendo testificado y hablado la palabra de
Dios, se volvieron a Jerusalén, y en muchas poblaciones de los samaritanos
anunciaron el evangelio. Felipe y el etíope 8:26 Un ángel del Señor
habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que
desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. 8:27 Entonces él se
levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de
los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén
para adorar, 8:28 volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías.
8:29 Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. 8:30
Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo
que lees? 8:31 El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a
Felipe que subiese y se sentara con él. 8:32 El pasaje de la Escritura que
leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; Y como
cordero mudo delante del que lo trasquila, Así no abrió su boca.
8:33 En su humillación no se le hizo justicia; Mas su
generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su
vida.
8:34 Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién
dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? 8:35 Entonces Felipe,
abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de
Jesús. 8:36 Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el
eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? 8:37 Felipe dijo:
Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo
es el Hijo de Dios. 8:38 Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al
agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. 8:39 Cuando subieron del agua, el
Espíritu del Señor arrebató a Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso
su camino. 8:40 Pero Felipe se encontró en Azoto; y pasando, anunciaba el
evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea. Capítulo 9
Conversión de Saulo (Hch. 22.6-16;
26.12-18)
9:1 Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor,
vino al sumo sacerdote, 9:2 y le pidió cartas para las sinagogas de
Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los
trajese presos a Jerusalén. 9:3 Mas yendo por el camino, aconteció que al
llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo;
9:4 y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo,
Saulo, ¿por qué me persigues? 9:5 El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le
dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es
dar coces contra el aguijón. 9:6 El, temblando y temeroso, dijo:
Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo:
Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.
9:7 Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la
voz, mas sin ver a nadie. 9:8 Entonces Saulo se levantó de tierra, y
abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron
en Damasco, 9:9 donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió.
9:10 Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor
dijo en visión: Ananías. Y él respondió: Heme aquí,
Señor. 9:11 Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la
calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de
Tarso; porque he aquí, él ora, 9:12 y ha
visto en visión a un varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima
para que recobre la vista. 9:13 Entonces Ananías respondió: Señor,
he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en
Jerusalén; 9:14 y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes
para prender a todos los que invocan tu nombre. 9:15 El Señor le dijo:
Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia
de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel;
9:16 porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.
9:17 Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos,
dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde
venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo.
9:18 Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la
vista; y levantándose, fue bautizado. 9:19 Y habiendo tomado alimento,
recobró fuerzas. Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban
en Damasco. Saulo predica en Damasco 9:20 En seguida predicaba a
Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios. 9:21 Y
todos los que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en
Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos
presos ante los principales sacerdotes? 9:22 Pero Saulo mucho más se
esforzaba, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, demostrando que
Jesús era el Cristo. Saulo escapa de los judíos 9:23 Pasados muchos
días, los judíos resolvieron en consejo matarle; 9:24 pero sus asechanzas
llegaron a conocimiento de Saulo. Y ellos guardaban las puertas de día y de
noche para matarle. 9:25 Entonces los discípulos, tomándole de noche, le
bajaron por el muro, descolgándole en una canasta.
Saulo en Jerusalén 9:26 Cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con
los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo.
9:27 Entonces Bernabé, tomándole, lo trajo a los apóstoles, y les contó cómo
Saulo había visto en el camino al Señor, el cual le había hablado, y cómo en
Damasco había hablado valerosamente en el nombre de Jesús. 9:28 Y estaba
con ellos en Jerusalén; y entraba y salía, 9:29 y hablaba denodadamente en
el nombre del Señor, y disputaba con los griegos; pero éstos procuraban matarle.
9:30 Cuando supieron esto los hermanos, le llevaron hasta Cesarea, y le enviaron
a Tarso. 9:31 Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y
Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban
fortalecidas por el Espíritu Santo. Curación de Eneas 9:32 Aconteció
que Pedro, visitando a todos, vino también a los santos que habitaban en Lida.
9:33 Y halló allí a uno que se llamaba Eneas, que hacía ocho años que estaba en
cama, pues era paralítico. 9:34 Y le dijo Pedro: Eneas, Jesucristo te
sana; levántate, y haz tu cama. Y en seguida se levantó. 9:35 Y le vieron
todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor.
Dorcas es resucitada 9:36 Había entonces en Jope una discípula llamada
Tabita, que traducido quiere decir, Dorcas. Esta abundaba en buenas obras y en
limosnas que hacía. 9:37 Y aconteció que en aquellos días enfermó y murió.
Después de lavada, la pusieron en una sala. 9:38 Y como Lida estaba cerca
de Jope, los discípulos, oyendo que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres,
a rogarle: No tardes en venir a nosotros. 9:39 Levantándose entonces
Pedro, fue con ellos; y cuando llegó, le llevaron a la sala, donde le rodearon
todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas
hacía cuando estaba con ellas. 9:40 Entonces, sacando a todos, Pedro se
puso de rodillas y oró; y volviéndose al cuerpo, dijo: Tabita, levántate. Y ella
abrió los ojos, y al ver a Pedro, se incorporó. 9:41 Y él, dándole la
mano, la levantó; entonces, llamando a los santos y a las viudas, la presentó
viva.
9:42 Esto fue notorio en toda Jope, y muchos creyeron en el Señor. 9:43 Y
aconteció que se quedó muchos días en Jope en casa de un cierto Simón, curtidor. |
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